HONDURAS, UN PAÍS QUE TRANSFORMA TUS SENTIDOS

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“Vos sos el Dios de los pobres, el Dios humano y sencillo, el Dios que suda en la calle, el Dios de rostro curtido”.

Cuando se lleva casi tres meses viviendo en Honduras, esta canción de la Misa Campesina deja de ser sólo música y se convierten en realidad. Según van pasando las semanas, los propios hondureños y hondureñas te ayudan a ver cada vez más claro al Dios encarnado en los empobrecidos y en los que más sufren. Al Dios que invita a trabajar por la liberación de todas las personas.

Pero, para ello, hay que estar dispuesto a despojarse de todo lo que uno trae desde España y a dejar que la Misión le transforme hasta los cinco sentidos.

  • Hay que aprender a mirar con ojos nuevos donde la lógica del tener, la productividad a toda costa y las prisas sea sustituida por la ternura, el amor y la lucha por un mundo más equitativo.
  • El gusto también cambia. La boca aprende a apreciar el maíz, la comida, que aunque diferente, está hecha con tanto cariño que te hace sentir como en casa.
  • El olfato se agudiza. Porque todo huele a Naturaleza, a defensa de la Casa Común.
  • La escucha es diferente. O más bien, uno aprende realmente a escuchar. Sin juzgar, sin pensar qué va a contestar. Simplemente por el placer de conocer, de compartir las vivencias del otro.
  • Y el tacto se siente “más rico”. No hay nada mejor que llegar a las comunidades y disfrutar del fuerte abrazo sincero de la que se convertirá en tu familia durante los próximos días; acariciar a la anciana que sigue sonriendo pese a la dura vida que le tocó; o agarrar a ese niño y recordarle que, aunque el mundo se lo ponga difícil, tiene toda la vida por delante para ser feliz.

Honduras da otro significado a los sentidos. Es un país que no se guarda la vida, como si se fuera a gastar con el paso de los días. Un país en el que incluso las personas que no tienen casi nada, lo comparten todo.

Y eso lo aprende uno cuando vive con ellos y como ellos. Es entonces cuando uno empieza a hacer suyo el dolor de las familias que sufren la violencia o de las comunidades que ven como el gobierno busca privatizar sus ríos (que son su vida). Pero también hace suyo la fuerza de la lucha diaria, del compartir continuo y de la sencillez. Y en medio de todo esto descubre con más claridad que nunca la invitación de Dios a que todos los sentidos se resuman en uno: el corazón

Anaclara Padilla, voluntaria de larga duración en Arizona (Honduras)