DE MISIÓN EN LA FRONTERA

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Desde hace casi dos años, estoy viviendo en Jimaní, República Dominicana. Es un lugar de frontera, en el amplio sentido de la palabra, de ahí su complejidad y dificultad para conocer y comprender su realidad. El año pasado me dediqué, sobre todo, a acompañar grupos: visitadoras de enfermos, pastoral haitiana, pastoral materno infantil y un grupo de jóvenes en una comunidad cercana, además de continuar con una Escuela de Música de la Parroquia. Ese acompañamiento implicaba visitas, lo cual me ayudó para ir metiéndome en este contexto.

Este año continúo acompañando esos grupos, pero me he metido más de lleno en la Pastoral Materno Infantil, visito y hago seguimiento de unas 14 familias haitianas con niños/as menores de cinco años, algunos con riesgo de desnutrición. Una vez al mes, se hace una celebración de la Vida con ellas, dar gracias a Dios y celebrar los avances y se aprovecha para dar algún tema de formación (alimentación, educación de los hijos/as y salud). Con las embarazadas, he tenido un grupito de cuatro adolescentes, teníamos encuentros semanales para compartir la experiencia del embarazo, y darles algunos temas de formación respecto a su cuidado y al del bebé. Ahora ya han tenido a sus bebés y participan en las Celebraciones de la Vida.

 

Por otra parte, he comenzado con un grupo de 12 niños/as haitianos entre 6 y 8 años que han quedado sin escolarizar por falta de cupo en las escuelas. La idea es prepararlos con la esperanza de que el año que viene puedan entrar. El primer año se logró escolarizar a 15 niños/as que venían al comedor del centro de nutrición que funcionaba antes, pero esto año la demanda ha aumentado mucho y no ha sido posible. El Directorio Municipal de la Niñez (que preside un claretiano) está haciendo acciones con el Ministerio de Educación para que tomen medidas respecto a varias dificultades que hay en educación, entre ellas, la deficiencia de cupo que hace que haya un gran número de niños/as sin ir a la escuela.

A nivel personal ha sido un reaprender, adaptarme a una nueva realidad. Pero lo que más resalto es que está siendo una experiencia espiritual intensa, siento la importancia de los pequeños gestos, de las pequeñas acciones, de lo pequeño… cómo Dios se manifiesta en lo cotidiano, en los más desfavorecidos, en lo insignificante. He vivido situaciones duras pero a la par pequeños milagros. Porque en medio de los problemas y dificultades no falta la alegría y la esperanza.